Cuando me decidí a solicitar una plaza de intercambio Erasmus en mi facultad, pensaba que, dado la cantidad de gente que también la pedía, no tendría muchas posibilidades de que me la dieran, pero que no perdía nada por intentarlo. Sin embargo, cuando unas semanas después me enteré que, no sólo me la habían concedido, sino que además era el único que había solicitado ese destino, me eché a temblar.
Hasta entonces no había oído hablar de esa ciudad ni sabía siquiera en qué parte de Alemania estaba. Tampoco conocía a nadie que hubiera estado allí y además era el primer año que mi facultad tenía intercambio con aquella universidad. Así que me tocaba ser el “conejillo de indias”, o como decía mi coordinador, el “embajador de la facultad”.
Fue pasando el tiempo y comenzaron los primeros agobios: resolver los trámites burocráticos, certificados, buscar las asignaturas, encontrar un lugar donde quedarme, preparar lo que me quería llevar, etc. Pero parecía que aún quedaba bastante tiempo hasta que me planté en el aeropuerto con bastante exceso de equipaje y sin saber muy bien qué me esperaba cuando bajase del avión.
Creo que a nadie que haya vivido esta experiencia se le olvida el día de la llegada. Todo es totalmente nuevo, la gente te habla en un idioma que aún no dominas y no sabes si quiera cómo funcionan las cosas allí… ¿Me habré subido a la guagua correcta? ¿Por qué la gente no le paga al conductor? ¿Cómo funcionan las máquinas expendedoras de billetes? Así transcurren los primeros días, entre la fascinación y el miedo a lo desconocido. Pero pasan las semanas y conoces a mucha gente que pasa por lo mismo que tú y otros que te ayudan a superar las primeras dificultades, y sin darte cuenta pasan los meses y te vas transformando y adaptando a otro ritmo de vida.
Es obvio que el balance de esta experiencia, en la gran mayoría de los casos, es muy positivo y enriquecedor. No sólo por el hecho de conocer a mucha gente y muchos lugares diferentes, sino también porque supone una prueba de superación personal. Además, cuando te sumerges en la vida del país y conoces un poco mejor sus realidades sociales y culturales, automáticamente todos los estereotipos y tópicos se vuelven absurdos. Cuando escucho hablar de Alemania en los medios de comunicación procuro prestar mucha atención y me gusta estar informado de lo que pasa allí. Conservo muy buenos recuerdos de mi estancia y aguardo el día en que pueda volver…